Macabombes, por JJ Dobles



La candela se consumió en la lata de cerveza donde la habíamos colocado. El pórtico quedó alumbrado tan solo por la débil bombilla de la húmeda sala del rancho.

Los mosquitos estaban insoportables. Papá Brown golpeó su rostro un par de veces, luego se dio por vencido y rió.

-¡Maldito bicho! No te mato sólo porque ahora eres de mi misma sangre.

Reímos por aquella ocurrencia. Sus blanquísimos dientes eran lo único que podía ver en aquella obscuridad.

A Papá Brown lo conocí dos días antes en el bus que nos sacó del Valle Central y nos dejó en medio de la selva atlántica. Poco después de iniciado el viaje, Papá Brown inició la conversación. Le encanta hablar con la persona que viaja a su lado en los buses porque así logra nuevos amigos.

Así averiguamos que íbamos al mismo y pequeño pueblo costero al norte de Puerto Limón. Al llegar allí, Papá Brown me recomendó una buena posada y me invitó a visitarlo en su rancho en las afueras del pueblo, cosa que hacía aquella noche.

¿Qué hace un escritor urbano como yo en un pueblo caluroso y húmedo en la zona atlántica?

Pues haciéndole un favor a un viejo amigo maestro quien quería llevar a un escritor (no sé si realmente lo soy) a la humilde escuela donde trabaja.

Quise ir con mi gran amor pero ella enfermó y no pudo ir. Al principio pensé en desistir del viaje pero ella terminó convenciéndome de lo contrario con el pretexto de que su mamá la cuidaría bien.

Pero regresemos a aquella noche en el rancho de Papá Brown.

El viejo negro sacó un cigarrillo de la bolsa de su camisa y lo encendió mientras hablábamos de los viejos tiempos: del ferrocarril, de la expansión bananera.

El calor era sofocante por lo que abrimos otras cervezas.

La conversación se nos estaba agotando así que hice un nuevo comentario.

-Estas tierras parecen buenas. ¿Las bananeras no han intentado comprarlas?

El negro perdió la vista en los árboles y mostró una risilla antes de continuar.

-Ya vinieron, son. Pero ellos los alejaron.

-¿La gente del pueblo?

-Los macabombes.

No sé por qué esa palabra me produjo un escalofrío.

-¿Macabombes? ¿Qué es eso?

-Yo tenía unos treinta años cuando llegó ese gringo con intenciones de comprar todo esto -continuó Papá Brown como si no hubiese escuchado mi pregunta-. Decía que le daría muchos ingresos a la zona, pero aún así varios vecinos nos opusimos. El gringo quiso aumentar el precio pero nosotros se lo dijimos: "No man, nosotros no vamos a vender nada". Eso lo molestó mucho.

"No sé cuántos billetes le pasó al Regidor Municipal, sólo sé que pronto la municipalidad empezó a jodernos la vida. Marcus Wallas decidió vender poco después. Dijo que era mucha presión, que no quería problemas con nadie.

"Marcus, brother, piensa lo que estás haciendo. ¡No hay que darles gusto, man!", le dijimos, pero él estaba decidido.

"Dos días después de vender, llegó el gringo a ver la finca de Marcus. Aquella era una extensa área de selva virgen. Marcus vivía de su empleo en JAPDEVA por lo que nunca tuvo necesidad de cultivar la finca.

"Varios vecinos nos reunimos allí para ver lo que pensamos sería el principio del fin.

"Pero Dios quiso otra cosa.

"Después de caminar entre los árboles que rodeaban la vieja casa de Marcus, el gringo se detuvo junto a uno inmenso y viejo lleno de matapalos y tomó el hacha que le pasó un ayudante. Nos volvió a ver a todos y nos dijo que donde caerían esos árboles, crecería el banano. Con todas sus fuerzas el hacha entró en el tronco al mismo tiempo que un terrible alarido salía de él.

"Todos nos paralizamos. Fue la Vieja Zelma, que en ese entonces tenía ochenta años, la que pronunció la sentencia: "The macabombes will going to kill you."

"El gringo se hizo el valiente y con prepotencia nos dijo que esas eran tonterías de negros atrasados. Subió a su jeep con sus ayudantes y se alejó por donde vino.

"Una semana después se adentró en la selva con dos hombres que vinieron a inspeccionar el área. A la mañana siguiente, dos guardias rurales y un grupo de vecinos nos internamos en la montaña en busca de los tres hombres.

"¡Vaya escena la que encontramos! ¡Jesus Christ!

"Los dos hombres estaban en los troncos de dos enormes árboles. Tenían los ojos fuera de sus órbitas y la lengua, ya seca, salida de sus bocas. Varios bejucos y lianas estrangulaban sus cuellos y los aprisionaban contra los árboles formando uno solo con ellos.

"Muy cerca de allí encontramos un charco de sangre sobre las hojas. Todos alzamos la mirada y encontramos al gringo, cuatro metros sobre nuestras cabezas, suspendido de cabeza por unos gruesos bejucos. Tenía los ojos salidos y una enorme liana se adentraba por su boca. Más tarde, en el hospital, se dijo que la liana llegaba hasta el intestino. Todos estábamos estupefactos. Uno de los rurales comenzó a vomitar.

"Sólo alguien se atrevió a decir una cosa: "The macabombes".

"La bananera no envió a nadie más y dejó la finca abandonada hasta hoy en día. Se quiso hacer una investigación pero todos sabían que era inútil. Aún hoy, a la gente le da miedo adentrarse en la montaña."

Papá Brown guardó silencio mientras los mosquitos revoloteaban sobre nuestras cabezas. Yo lo miraba boquiabierto.

-¿Alguien los ha visto? Usted sabe... a los macabombes -pregunté tratando de cortar el silencio.

-No, nobody. Quien los ve... no regresa. But wait...

El negro se levantó de su asiento y entró a la casa por unos segundos, al cabo de los cuales salió con dos pequeñas talladuras hechas de una madera de un color azul muy hermoso.

-Esta madera es natural de ese color -aclaró Papá Brown mientras sonreía -. Encontré el pedazo del que hice estas dos talladuras y otra que tiene mi hija, el mismo día en que encontramos al gringo. La Vieja Zelma me dijo que era parte de un macabombe y que el que portara un amuleto hecho de esta madera, nunca podría ser atacado por uno de ellos. Y vaya que ha funcionado: ¡nunca he visto uno!

El negro sonrió ámpliamente mientras yo admiraba aquellas pequeñas tallas.

Poco después me despedí y regresé a mi posada.

A los dos días, cuando regresé a San José, Papá Brown me despidió en la parada de buses y me regaló una de las pequeñas tallas.

Esa pequeña talla pende del cuello de mi gran amor. Se lo di como protección, después de todo, si existen en Limón, en San José también debe haber algún macabombe.

FIN

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